Siempre han estado ahí, inmutables al paso del tiempo, a nuestras
alegrías y nuestras desdichas. Son el testigo mudo de nuestra historia, pero ya
sólo las vemos cuando las buscamos para que formen parte del decorado de uno de
nuestros momentos especiales. Cuánto mejor queda para el recuerdo un primer
beso bajo las estrellas, que bajo un manto de oscuras nubes. Pero la mayoría de
nuestros momentos no requieren estrellas y apenas las miramos, mucho menos con
atención.
Buscamos en ellas nuestro destino y respuestas a las dudas
existenciales que nos acompañan a cada uno, pero hemos perdido el don de
descifrarlas porque hemos olvidado cómo formular la pregunta adecuada. El
mensaje oculto en las estrellas no sirve para solucionar los dilemas
personales, por más que nos empeñemos desde nuestro egocentrismo, allí no está
la hoja de ruta vital de cada ser.
Pero observando con atención las estrellas, encontraremos la ruta vital
de la Humanidad, la historia de nuestros antepasados, sus miedos, sus logros y,
sobre todo, su infinita perseverancia. Resulta sobrecogedor imaginar la
relación de aquellas primeras estirpes de seres humanos con los astros del
firmamento, la intensidad con la que necesitaban encontrar respuestas que les
permitieran controlar un entorno sumamente hostil. Pero más conmovedor resulta
saber que lo consiguieron, que dominaron con observación e inteligencia los
elementos que les permitirían prosperar y regalarnos su valioso legado.
¿Cuántos de nuestros antepasados habrían dedicado su vida a la observación
diaria y obsesiva de los astros, como para saber qué foto concreta tiene el
firmamento el que se supone podría ser el mejor día para plantar o recolectar?
Un trabajo laborioso, reflexivo y colaborativo que trasformó el mapa estelar en
una valiosísima herramienta que permitió el desarrollo de la agricultura y la
ganadera, que a su vez propició, una vez nuestros ancestros pudieron garantizar
el alimento, el desarrollo de ciencias y artes.
La disposición concreta de las estrellas ya no es estrictamente
necesaria para saber dónde se encuadra el momento idóneo para la vendimia. Por
suerte, el aporte tecnológico de las siguientes generaciones de humanos nos
facilita una fiabilidad mayor, pero el peaje ha sido que hemos convertido a las estrellas en parte del decorado. Las estrellas siguen estando allí,
invitándonos a la trascendencia a través del recuerdo de gentes que se
esforzaron para dar lo mejor para la siguiente generación, antepasados cuya
cosmovisión nos resultaría muy posiblemente impactante y estresante, pero que
dejaron su herencia escrita en las estrellas.
Qué interesante sería compartir una copa con las gentes que cultivaron aquellos
primeros vinos. Quizás nos contasen cómo para ellos el vino era un exclusivo catalizador
para entrar en contacto con divinidades como Gugalanna, la diosa sumeria del
vino a la que venían al mirar al cielo simbolizada a través de la constelación
de Tauro. Testigo que después recogería Baco, deidad cuyos cuidados infantiles
fue confiados a las Híades, ninfas hacedoras de la lluvia que hoy perduran en
el recuerdo cristalizadas como una nebulosa de estrellas dentro de la
constelación de Tauro.
Celeste Crianza sería el vino perfecto para honrar con un sentido brindis
a todos aquellos ancestrales observadores de estrellas que con tanto esfuerzo
tradujeron su mensaje.
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