lunes, julio 03, 2006

Perfumes culinarios




El olfato es el sentido más evocador que tenemos. Percibiendo durante una micra de segundo un olor determinado, nos podemos transportar a nuestra infancia u otros momentos especiales de nuestra vida, como si nuestro cerebro dispusiera de una “oloroteca”, que nos permite atajar hacia nuestros recuerdos más profundos. Si un recuerdo esta asociado a un olor, el cerebro es capaz de recordarlo con mayor fidelidad, tanto si se trata de momentos felices o de momentos traumáticos, como la popular aversión al olor de hospital.

El olor también es parte trascendental de la percepción de nuestro paladar, porque el aroma de un alimento flota desde la boca hacia las fosas nasales, hasta llegar a las células de la nariz. La información extra que recibiremos puede ser un deleite que sublime el sabor del alimento o puede darnos información referente al mal estado del alimento o a la mediocridad de este.

Daniel Goleman, su libro “La inteligencia emocional”, cuenta como el desarrollo del cerebro esta intimamente ligado al olfato.

La raíz más primitiva de nuestra vida emocional radica en el sentido del olfato o, más precisamente, en el lóbulo olfatorio, ese conglomerado celular que se ocupa de registrar y analizar los olores. En aquellos tiempos remotos el olfato fue un órgano sensorial clave para la supervivencia, porque cada entidad viva, ya sea alimento, veneno, pareja sexual, predador o presa, posee una identificación molecular característica que puede ser transportada por el viento.
A partir del lóbulo olfatorio comenzaron a desarrollarse los centros más antiguos de la vida emocional, que luego fueron evolucionando hasta terminar recubriendo por completo la parte superior del tallo encefálico. En esos estadios rudimentarios, el centro olfatorio estaba compuesto de unos pocos estratos neuronales especializados en analizar los olores. Un estrato celular se encargaba de registrar el olor y de clasificarlo en unas pocas categorías relevantes (comestible, tóxico, sexualmente disponible, enemigo o alimento) y un segundo estrato enviaba respuestas reflejas a través del sistema nervioso ordenando al cuerpo las acciones que debía llevar a cabo (comer, vomitar, aproximarse, escapar o cazar).

Ferrán Adriá ha explotado este
concepto y muchos de sus platos tienen entre sus ingredientes etéreos aromas, cuya finalidad es aumentar el placer de paladear un alimento. Para ello Luki Huber, diseño para Adriá una “cuchara de olor”, que permite simultanear el sentido del gusto y del olfato.

Sin llegar a tanta sofisticación, esta ya disponible una línea de perfumes con aromas culinarios (y otros no tanto), que pueden ayudarnos a hacer de una comida una pequeña performance, en la que sentirnos extraestimulados a nivel sensorial.


Perfume de
sushi
Perfume de nubes de algodón
Perfume de jamones (así los llamaba yo de niña)
Perfume de
helado de naranja
Perfume de chicle
Perfume de pegamento (para los yonkis de la casa)
Perfume de
whisky y tabaco
Perfume de cannabis
Perfume de cochino
Perfume de coche nuevo
Perfume de plastilina
Que ustedes lo huelan bien!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hemos de patentar algunos de interés general como el de nocilla con chorizo o de gusanitos untados en coca cola,... recuerdos de los cumpleaños de nuestra añorada infancia!

Saludos

Anónimo dijo...

Mira lo que te he encontrado por aqui...http://www.alphagalileo.org/index.cfm?fuseaction=readrelease&releaseid=512822&ez_search=1

garbancita dijo...

Muy interesante, Iban. Pensando en lo que dice el texto, me he acordado de un profesor, que nos decía que pensáramos en limón y que notásemos como las glándulas salivares comenzaban a reaccionar ante el pensamiento de comer limón. Somos como el perrito de Pavlov.

Edorta, tú eras de esos visionarios que merendaban nocilla con chorizo? Muchas veces me he preguntado si Adriá sería uno de esos, aunque sinceramente nunca he entendido ese tipo de fusiones y mira que soy fan de lo salado-dulce.