Desmond Morris es un reputado zoólogo inglés, que ha estudiado el comportamiento de muchas especies de animales, especializándose en los chimpancés. La observación de otros animales le dio un enfoque distinto del ser humano del que pueden tener psicólogos, psicoanalistas, sociólogos o antropólogos. Para tener una visión mas clara del ser humano, nos definió con un nombre animal, “El mono desnudo” (The human animal) y comenzó a describir nuestro comportamiento del mismo modo que cuando observaba a las demás especies animales.
Morris estudió los hábitos alimenticios de los chimpancés, ya que aunque no somos descendientes directos de este animal, si que descendemos de un mismo ancestro común, un simio que vivió hace 10 o 15 millones de años. Este predecesor tuvo posiblemente, una alimentación muy parecida la que puedan tener los chimpancés modernos, con frutas, bayas y nueces como alimento principal, aunque también consumían algún pequeño animal como complemento energético de su dieta vegetariana. Aunque después este proceso alimenticio cambiaria, hemos heredado la pasión por lo dulce (fruta, miel, nueces…) de nuestros antepasados simios arborícolas. El debate sobre qué hizo a estos prehomínidos bajar de los árboles y convertirse en bípedos, continua abierto, pero nuestro antecesor simio tuvo que encontrar otro nuevo habitad en terrenos más abiertos. En consecuencia se convirtió en un mono de las praderas y sus hábitos de alimentación se adaptaron a esa nueva situación, hasta convertirse en carnívoros. Para competir con los verdaderos carnívoros, los prehomínidos tuvieron que utilizar el ingenio, creando armas, cazando en grupo y finalmente adaptando el alimento a nuestros pequeños y débiles dientes. Los carnívoros no buscan cantidad (como puede ser el caso de un rumiante que dedica casi todo su tiempo a alimentarse), buscan calidad y solo necesitan alimentarse de vez en cuando y al hacerlo disfrutan y comen en grupo.
A los humanos nos gusta alimentarnos todos juntos. De manera que la comida se convierte en un acto social. Compartir el alimento se ha convertido en algo fundamental en la sociedad en la que vivimos. Cuando tomamos algo dulce, nos gusta tomárnoslo a cualquier hora y generalmente lo hacemos en soledad. Pero cuando se trata de carne, tratamos de comérnosla en compañía, en el lugar y momento adecuado. Nos sentamos como leones alrededor de la presa y el banquete se convierte en un acontecimiento amistoso, uniéndonos como grupo a la vez que nos alimentamos. Esta necesidad el ser humano por compartir la comida es tan fuerte, que cuando tenemos que cenar solos, no nos sentimos cómodos y comemos menos y más rápido que cuando lo hacemos en grupo. Sin embargo comer dulces en soledad no nos supone incomodidad alguna, es como si en esos momentos volviéramos al comportamiento primitivo de nuestros predecesores en la selva.
¿Es nuestra pasión por el dulce o por lo salado, una reminiscencia de la evolución de simios a humanos? ¿Puede hacernos cambiar la actitud social el hecho de comer algo dulce o salado?
Morris estudió los hábitos alimenticios de los chimpancés, ya que aunque no somos descendientes directos de este animal, si que descendemos de un mismo ancestro común, un simio que vivió hace 10 o 15 millones de años. Este predecesor tuvo posiblemente, una alimentación muy parecida la que puedan tener los chimpancés modernos, con frutas, bayas y nueces como alimento principal, aunque también consumían algún pequeño animal como complemento energético de su dieta vegetariana. Aunque después este proceso alimenticio cambiaria, hemos heredado la pasión por lo dulce (fruta, miel, nueces…) de nuestros antepasados simios arborícolas. El debate sobre qué hizo a estos prehomínidos bajar de los árboles y convertirse en bípedos, continua abierto, pero nuestro antecesor simio tuvo que encontrar otro nuevo habitad en terrenos más abiertos. En consecuencia se convirtió en un mono de las praderas y sus hábitos de alimentación se adaptaron a esa nueva situación, hasta convertirse en carnívoros. Para competir con los verdaderos carnívoros, los prehomínidos tuvieron que utilizar el ingenio, creando armas, cazando en grupo y finalmente adaptando el alimento a nuestros pequeños y débiles dientes. Los carnívoros no buscan cantidad (como puede ser el caso de un rumiante que dedica casi todo su tiempo a alimentarse), buscan calidad y solo necesitan alimentarse de vez en cuando y al hacerlo disfrutan y comen en grupo.
A los humanos nos gusta alimentarnos todos juntos. De manera que la comida se convierte en un acto social. Compartir el alimento se ha convertido en algo fundamental en la sociedad en la que vivimos. Cuando tomamos algo dulce, nos gusta tomárnoslo a cualquier hora y generalmente lo hacemos en soledad. Pero cuando se trata de carne, tratamos de comérnosla en compañía, en el lugar y momento adecuado. Nos sentamos como leones alrededor de la presa y el banquete se convierte en un acontecimiento amistoso, uniéndonos como grupo a la vez que nos alimentamos. Esta necesidad el ser humano por compartir la comida es tan fuerte, que cuando tenemos que cenar solos, no nos sentimos cómodos y comemos menos y más rápido que cuando lo hacemos en grupo. Sin embargo comer dulces en soledad no nos supone incomodidad alguna, es como si en esos momentos volviéramos al comportamiento primitivo de nuestros predecesores en la selva.
¿Es nuestra pasión por el dulce o por lo salado, una reminiscencia de la evolución de simios a humanos? ¿Puede hacernos cambiar la actitud social el hecho de comer algo dulce o salado?
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