Tengo que comenzar esta serie de crónicas, contando que ha supuesto esta experiencia para mí. Por que en la vida hay vivencias que te marcan de alguna manera, por negativas, por emocionantes, por enriquecedoras, por sorprendentes y en ocasiones suponen un punto de no retorno. Una de mis teorías vitales, es la de que, las expectativas respecto a la vida pueden muchas veces, asfixiar las emociones de tal forma, que haga que experimentemos a medio gas sensaciones que serian capaces de acelerarnos el ritmo cardiaco. A más altas expectativas, más posibilidades de decepción. Así que procuro no recrearme en lo que pudiera ser, para poder vivir la realidad de un modo mas auténtico.
Cuando hace un mes la Organización del evento tuvo el detalle de acreditarme como prensa, me sentí feliz como una codorniz. Poder disfrutar del programa previsto, con toda la serie de ponencias de renombrados chefs, me parecía una suerte de locos. Mi objetivo; asistir discretamente a las clases y absorber todo lo que pudiera enriquecer mi pequeño mundo gastronómico. No sabía exactamente que me iba a encontrar y esa inocencia ha sido la que ha marcando “mi primera vez” en un congreso de gastronomía (y espero que no la última). Con esa actitud me plante en el Centro de Encuentros y Servicios Profesionales, con mi cuaderno a modo de escudo que me hiciera invisible, intentando que mi intrusismo pasase desapercibido. Adúriz hizo que perdiera el miedo a no captar la doctrina de las ponencias, diciéndome que los retos han de parecerse a los sueños y los hermanos Roca me hicieron comprender que la magia de la cocina reside en los pliegues del corazón y no de la razón.
En el meridiano de ese primer día y caminando a diez centímetros de suelo (por que soy así de impresionable), todo dio un giro de 180º. El Comité Organizador del Congreso tenía previstos una serie de actos paralelos para los ponentes, los patrocinadores y la prensa, entre los que me incluía. El primero de esos eventos, una comida ofrecida Alimentos Artesanos de Navarra. Pudiera haber sido una comida sin más atractivo que deleitarnos con productos navarros, ya de por si una agradable experiencia culinaria, pero el carácter intimo que perfilaba el congreso, hizo que me sintiera apabullada como pocas veces en mi vida. Mi compañero Paco Soriano, cronista del Diario de Noticias y yo, tomamos discretamente asiento en el extremo de la larga mesa que en plan picnic nos iba a cambiar la perspectiva de esta experiencia, cuando los hermanos Roca se sentaron en frente de nosotros dispuestos a disfrutar de los majares. Y es que durante este congreso he compartido mesa y conversación con muchos de los chefs ponentes y ese es un lujo al que difícilmente se le puede poner precio. Comidas y cenas en entornos incomparables, como las Bodegas Quaderna Via, la Sociedad Gastronomita Napardi, las Bodegas Chivite en el Señorío de Arínzano, diseño de Moneo o en la almazara ecológica Hacienda Queiles. Lujo sobre todo, cuando este escenario gastronómico te da la posibilidad de hacer grandes amigos como Mari y Alex, que me brindaron la posibilidad de poner un broche de oro a esta experiencia, comiendo nada más y nada menos que en el Zuberoa de Oiartzun.
Antes de comenzar con los relatos me siento obligada a dar las gracias. Al primero a Koldo Rodero, por brindarme esta experiencia única, por ser tan buena gente y tener esa delicadeza humana que le otorga el grado de excepcional anfitrión, amén de genial cocinero. A todos los colectivos que nos ofrecieron comidas y cenas, por su dedicación y amor a los productos locales. A todos los ponentes, por transmitir y compartir con generosidad su pasión y filosofía en la cocina. A la Organización del evento, porque aunque la perfección no existe, estuvieron muy cerca de conseguirla e hicieron que todo el mundo disfrutara del la intimidad de un congreso que se ha definido como único y especial. A todos los amigos con los que he compartido conversaciones, digestiones y aficiones.
Cuando hace un mes la Organización del evento tuvo el detalle de acreditarme como prensa, me sentí feliz como una codorniz. Poder disfrutar del programa previsto, con toda la serie de ponencias de renombrados chefs, me parecía una suerte de locos. Mi objetivo; asistir discretamente a las clases y absorber todo lo que pudiera enriquecer mi pequeño mundo gastronómico. No sabía exactamente que me iba a encontrar y esa inocencia ha sido la que ha marcando “mi primera vez” en un congreso de gastronomía (y espero que no la última). Con esa actitud me plante en el Centro de Encuentros y Servicios Profesionales, con mi cuaderno a modo de escudo que me hiciera invisible, intentando que mi intrusismo pasase desapercibido. Adúriz hizo que perdiera el miedo a no captar la doctrina de las ponencias, diciéndome que los retos han de parecerse a los sueños y los hermanos Roca me hicieron comprender que la magia de la cocina reside en los pliegues del corazón y no de la razón.
En el meridiano de ese primer día y caminando a diez centímetros de suelo (por que soy así de impresionable), todo dio un giro de 180º. El Comité Organizador del Congreso tenía previstos una serie de actos paralelos para los ponentes, los patrocinadores y la prensa, entre los que me incluía. El primero de esos eventos, una comida ofrecida Alimentos Artesanos de Navarra. Pudiera haber sido una comida sin más atractivo que deleitarnos con productos navarros, ya de por si una agradable experiencia culinaria, pero el carácter intimo que perfilaba el congreso, hizo que me sintiera apabullada como pocas veces en mi vida. Mi compañero Paco Soriano, cronista del Diario de Noticias y yo, tomamos discretamente asiento en el extremo de la larga mesa que en plan picnic nos iba a cambiar la perspectiva de esta experiencia, cuando los hermanos Roca se sentaron en frente de nosotros dispuestos a disfrutar de los majares. Y es que durante este congreso he compartido mesa y conversación con muchos de los chefs ponentes y ese es un lujo al que difícilmente se le puede poner precio. Comidas y cenas en entornos incomparables, como las Bodegas Quaderna Via, la Sociedad Gastronomita Napardi, las Bodegas Chivite en el Señorío de Arínzano, diseño de Moneo o en la almazara ecológica Hacienda Queiles. Lujo sobre todo, cuando este escenario gastronómico te da la posibilidad de hacer grandes amigos como Mari y Alex, que me brindaron la posibilidad de poner un broche de oro a esta experiencia, comiendo nada más y nada menos que en el Zuberoa de Oiartzun.
Antes de comenzar con los relatos me siento obligada a dar las gracias. Al primero a Koldo Rodero, por brindarme esta experiencia única, por ser tan buena gente y tener esa delicadeza humana que le otorga el grado de excepcional anfitrión, amén de genial cocinero. A todos los colectivos que nos ofrecieron comidas y cenas, por su dedicación y amor a los productos locales. A todos los ponentes, por transmitir y compartir con generosidad su pasión y filosofía en la cocina. A la Organización del evento, porque aunque la perfección no existe, estuvieron muy cerca de conseguirla e hicieron que todo el mundo disfrutara del la intimidad de un congreso que se ha definido como único y especial. A todos los amigos con los que he compartido conversaciones, digestiones y aficiones.
Muchas gracias a todos.
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